EL DESTINO,
TU DESTINO:
¿Quién toma la decisión?

El destino es el lugar al que una persona llega al final de su recorrido. Cuando caminas hacia cierto lugar, cada paso que das te acerca más y más a donde te diriges.

Cada ser humano llegará a uno de los Tres Destinos Eternos dependiendo de cómo viva y actúe en su vida. Dios, el Creador, no decide por ti, como si fuera algo ya predestinado. ¡No! Tú eliges tu propio destino eterno de acuerdo a los estándares morales por los que vives: buenos o malos. Tus acciones reflejan las decisiones que tomas en la vida. Esas acciones externas te dicen en qué camino te encuentras. Si continuas caminando en la misma dirección lo suficiente, finalmente alcanzarás tu destino.

Cada persona tiene una conciencia que le dice instintivamente lo que está bien y lo que está mal. Nuestras acciones, palabras, las cosas que pensamos e incluso lo que nos motiva son las cosas por las que tendremos que dar cuentas. El destino cuenta con responsabilidad. Por eso es que ninguna persona tiene excusa por lo que hace.

El destino eterno de una persona depende de cómo obedece o desobedece a su conciencia. Es maravilloso que Dios, nuestro Creador, nos ha dado libertad para elegir por nosotros mismos cuál será nuestro destino eterno.



Destino o predestinación


Hay una diferencia entre predestinación y destino. Está predestinado que los hombres mueran una vez. La predestinación, como la muerte, es algo inevitable. Es una cita a la que nadie faltará. No puedes cambiar tu predestinación, pero sí tu destino.

Todo depende de tu habilidad para escuchar y responder a la «voz interna» de tu conciencia.

El verdadero Dios no se equivoca cuando juzga y distingue entre los justos y los depravados, los justos y los santos. Podemos ver claramente que hay tres destinos eternos para la humanidad y no solo dos como el cristianismo nos ha hecho creer falsamente. La simple verdad es que Dios reconoce a otra categoría de personas: aquellos justos en relación al conocimiento instintivo de la verdad que es inherente en sus conciencias.

Quizás no estés acostumbrado a pensar en tres destinos eternos, pero aun así la verdad de estas palabras resuena en tu conciencia. ¿Cómo podría un Dios justo y bueno arrojar a gente justa y buena al lago de fuego?

¿Condenaría al tormento eterno a los hombres y mujeres que se esforzaron en sus vida por mantener una buena conciencia? ¿Les trataría igual que a los cobardes, egoístas, codiciosos, mentirosos y pervertidos sexuales quienes deshonraron y corrompieron a otros y a sí mismos?

¿Para qué necesitaríamos la conciencia si Dios no fuera a recompensar a los que se esfuerzan por mantenerla?



Eternidad

Así que, ¿a quién culparás de tu destino eterno, cuando vayas allí? Porque, al fin y al cabo, eres tú mismo quién decide a dónde irás. El Creador no te va a obligar a hacer el bien. Puesto que el conocimiento del bien y el mal están dentro de ti, tendrás que dar cuenta de tus acciones.

El hombre caído debe vivir de acuerdo al conocimiento que tiene del bien y el mal. No puede extender su mano y comer del árbol de la vida, porque está sentenciado a muerte a causa de su pecado, y no puede acceder a él a menos que alguien ocupe su lugar en la muerte.

Yahshua, el Hijo de Dios, tomó nuestro propio juicio sobre sí mismo, y fue a la muerte en nuestro lugar, abriendo así el camino de vuelta para nosotros al árbol de la vida. Todos los que entreguen su vida a Él totalmente, en absoluta rendición, podrán comer del árbol de la vida. Todos ellos formarán un pueblo apartado, del mismo modo que el árbol de la vida fue apartado del árbol del conocimiento del bien y el mal.

Ellos son su pueblo santo, quienes conocerán íntimamente al Mesías en una relación que permanecerá para toda la eternidad.

Tú puedes pertenecer a su pueblo santo, si lo deseas.

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